7 de febrero de 2009

La Godoyasa


Godoy no hizo ruido cuando pasó por el aparato digestivo del monstruo, en verdad semejaba la bolsa de residuos que cae al vacío por el hueco tiznado del incinerador.
Hacia tiempo su mujer lo había abandonado, más por aburrimiento que por otra co-sa. El único hijo Alejandro Augusto estudia en Europa y desde hace mucho no lo llama ni para su cumpleaños. Sul retoño pasa de una beca a otra, de una mujer a otra y de una ciudad a otra con la facilidad de las serpientes cuando mudan de piel. Si de pronto se encontrara con él en el bar de la esquina, adonde Godoy suele sentarse a tomar cerveza al atardecer, no lo reconocería y en el caso de hacerlo, tampoco tendrían de-masiado para decirse.
Una tarde de invierno tras el vidrio empañado por la escarcha, luego de una prolon-gada introspección, el se dio cuenta de la insulsa dirección que llevaba su existencia. Prometió a cualquier costo torcer el rumbo del destino y dejar alguna huella indeleble en estas tierras. Se puso a estudiar química en un instituto, compró manuales, algunos compuestos y un mecanismo de relojería. El día de Año Nuevo subió hasta la terraza del edificio más alto en el centro de la capital. .Llevaba una hilera de explosivos atados en la cintura. Para su mala fortuna, el cordón del zapato desabrochado se enredó en la escalinata de hierro y cayó al vació. La bomba nunca explotó.
La alimaña sin párpados engulló mecánicamente ese sorpresivo bocado caído del cielo. En realidad, ella no se encuentraba aquí para hacer discriminaciones ni catalo-gar. Aquel deslavado ser, al cual la cepilladora del tiempo había ido quitándole su ra-maje, valía para su digestión lo mismo que cualquier otro objeto.
Pero pasa por alto algo, para Godoy se avecina una recompensa postrera. No será otro desconocido más En el laboratorio criminalístico adonde le hicieron la autopsia; un aplicado especialista, Gutierrez, descubre que elementos químicos mezclados con cierta enzima de ese cuerpo han producido una nueva y letal bacteria. Ella por si sola puede destruir todo vestigio de vida en el planeta.
Al año siguiente en un salón de Estocolmo, bajo cataratas de luz y rodeado de trajes de gala, al descubridor de la Godoyasa; , le concedieron el Nobel, sin saber que engendraban una astilla emponzoñada en el ojo de la bestia.